jueves, 7 de agosto de 2014

Segundo Discurso Inaugural de Barack Obama, del 21 de enero de 2013 / Second Inaugural Adress (January 21, 2013)

Vicepresidente Biden, presidente del Tribunal Supremo, miembros del Congreso de los Estados Unidos, distinguidos invitados y compatriotas:

Cada vez que nos reunimos para la toma de posesión de un presidente, somos testigos de la solidez perdurable de nuestra Constitución. Afirmamos la promesa de nuestra democracia. Recordamos que lo que une a esta nación no son los colores de nuestra tez ni los principios de nuestra fe ni los orígenes de nuestros apellidos. Lo que nos hace ser excepcionales, lo que nos hace americanos, es nuestra lealtad a una idea, articulada en una declaración que fue hecha hace más de dos siglos:

“Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas; que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre ellos están la vida, la libertad, y la búsqueda de la felicidad.”

Actualmente continuamos recorriendo un camino que no termina, para enlazar el significado de esas palabras con las realidades de nuestra época. Pues la historia nos dice que, aunque estas verdades son evidentes por sí mismas, nunca han sido ejecutables por sí mismas; que, aunque la libertad es un regalo de Dios, su gente es quien tiene que conseguirla aquí en la Tierra. Los patriotas de 1776 no lucharon para reemplazar la tiranía de un rey con los privilegios de unos cuantos ni con el mandato de un tumulto. Ellos nos entregaron una república, un gobierno de la gente, por la gente y para la gente, encargando a cada generación de mantener seguro nuestro credo fundamental.

Y lo hemos hecho así durante más de doscientos años.

A través de sangre extraída con látigo y sangre extraída con espada, aprendimos que ninguna unión fundamentada en los principios de libertad e igualdad podría sobrevivir siendo medio esclava y medio libre. Nos hicimos una nueva gente y juramos ir adelante todos juntos.

Juntos, determinamos que una economía moderna requiere ferrocarriles y carreteras para agilizar los viajes y el comercio, escuelas y universidades para capacitar a nuestros trabajadores.

Juntos, descubrimos que un mercado libre solo prospera cuando existen reglas que garanticen la competencia y los negocios justos.

Juntos, decidimos que una gran nación tiene que ocuparse de los vulnerables, y proteger a su gente de los peligros y los infortunios peores de la vida.

A lo largo de todo esto, jamás hemos abandonado nuestro escepticismo de autoridad central, ni hemos sucumbido a la ficción de que los males de la sociedad pueden curarse solo a través del gobierno. Nuestra celebración de iniciativa y empresa, nuestra insistencia en el trabajo duro y la responsabilidad personal, esos son factores inamovibles de nuestro carácter.

Sin embargo, siempre hemos entendido que, cuando los tiempos cambian, nosotros también tenemos que hacerlo; que la fidelidad a nuestros principios fundamentales requiere nuevas respuestas a nuevos retos; que preservar nuestras libertades individuales eventualmente requiere una acción colectiva. Pues el pueblo americano no está más capacitado para satisfacer las demandas del mundo actual actuando por sí solo que lo que pudieran haber estado los soldados americanos para hacerles frente a las fuerzas del fascismo o el comunismo con mosquetes y milicias. Ninguna persona por sí sola puede capacitar a todos los maestros de matemáticas y ciencias que necesitaremos para equipar a nuestros hijos para el futuro, ni construir las carreteras y las redes de informática y los laboratorios de investigaciones que traerán nuevos empleos y negocios a nuestras costas. Ahora, más que nunca, tenemos que hacer estas cosas juntos, como una sola nación y un solo pueblo.

Esta generación de estadounidenses ha estado a prueba debido a crisis que han fortalecido nuestra determinación y que han probado nuestra resistencia. Está llegando a su fin una década de guerra. Ha comenzado una recuperación económica. Las posibilidades de los Estados Unidos no tienen límite, pues poseemos todas las cualidades que requiere este mundo sin límites: juventud e impulso; diversidad y transparencia; una capacidad inagotable para el riesgo y una facilidad para la reinvención. Mis compatriotas estadounidenses, estamos hechos para este momento, y lo aprovecharemos, siempre que lo aprovechemos todos juntos.

Pues nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, entendemos que nuestro país no puede tener éxito cuando cada vez menos gente tiene mucho éxito y cada vez más gente apenas puede cubrir sus gastos. Creemos que la prosperidad de los Estados Unidos tiene que ser una responsabilidad que esté sobre los amplios hombros de una clase media creciente. Sabemos que los Estados Unidos prosperan cuando todas las personas pueden disfrutar de independencia y orgullo en el trabajo que hacen; cuando los salarios de un trabajo honesto liberan a las familias de estar al borde de la penuria. Somos fieles a nuestra creencia cuando una niñita que nazca en la más penosa de las pobrezas sepa que ella tiene la misma oportunidad de tener éxito que cualquier otra persona, porque ella es americana, ella es libre, y ella es igual, no solo ante los ojos de Dios, sino ante nuestros propios ojos.

Entendemos que los programas obsoletos son inadecuados para las necesidades de nuestra época. Así es que tenemos que aprovechar nuevas ideas y tecnologías para rehacer nuestro gobierno, renovar nuestro código tributario, reformar nuestras escuelas, y empoderar a nuestros habitantes con las habilidades que necesitan para trabajar más, aprender más, llegar más lejos. Sin embargo, aunque nuestros medios cambiarán, nuestro propósito perdura: una nación que recompensa el esfuerzo y la determinación de cada uno de los estadounidenses. Eso es lo que requiere este momento. Eso es lo que le aportará un verdadero significado a nuestro credo.

Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, aún creemos que todo ciudadano merece un grado básico de seguridad y dignidad. Debemos tomar las decisiones difíciles para reducir el costo de la atención de la salud y el volumen de nuestros déficit. Sin embargo, rechazamos la opinión de que Estados Unidos debe escoger entre cuidar a la generación que edificó este país e invertir en la generación que construirá su futuro. Porque recordamos las lecciones dictadas por nuestro pasado, cuando la gente pasaba sus años crepusculares en la pobreza y los padres de un niño discapacitado no tenían recurso alguno.

No pensamos que la libertad está reservada para los afortunados o la libertad para los pocos en este país. Reconocemos que cualquiera de nosotros, sin importar cuán responsablemente nos conduzcamos en nuestras vidas, puede sufrir la pérdida del trabajo o una enfermedad súbita, o perder la casa a causa de una tormenta horrenda. Los compromisos que nos vinculan el uno al otro a través de Medicare, Medicaid y Seguridad Social, estas cosas no minan nuestra iniciativa, sino que nos fortalecen. Estos programas no nos convierten en una nación de aprovechados, sino que nos liberan para asumir los riesgos que engrandecen a este país.

Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, aún creemos que las obligaciones que tenemos como estadounidenses no se centran solo en nosotros sino en la posteridad de todos. Seguiremos respondiendo a la amenaza del cambio climático sabiendo que, si no actuamos, traicionaríamos a nuestros hijos y a las generaciones futuras. Algunos todavía negarán el dictamen abrumador de la ciencia, pero ninguno puede evitar el impacto devastador de los incendios pavorosos, las sequías catastróficas y las tormentas más potentes.

El sendero que conduce a los recursos de energía sostenible será largo y a veces difícil. Pero debemos estar a la cabeza, pues Estados Unidos no puede resistirse a esta transición. No podemos ceder a otras naciones las tecnologías que pondrán en marcha nuevos empleos y nuevas industrias, debemos adueñarnos de la promesa que ofrecen dichas tecnologías. Así es como mantendremos nuestra vitalidad económica y nuestro tesoro nacional: nuestros bosques y vías fluviales, nuestros terrenos cultivados y cumbres nevadas. Así es como preservaremos nuestro planeta, que Dios nos ha encomendado cuidar. Esa obra dará significado al credo que nuestros ancestros una vez declararon.

Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, aún creemos que la seguridad y la paz duraderas no requieren estar en guerra perpetua. Nuestros valerosos hombres y mujeres uniformados, templados por el fuego de la batalla, no tienen paralelo en talento y coraje. Nuestros ciudadanos, marcados con el recuerdo de aquellos que hemos perdido, conocen demasiado bien el precio pagado para ser libres. El conocimiento de ese sacrificio nos mantendrá siempre vigilantes contra aquellos que amenacen algún daño en contra nuestra. Sin embargo, también somos herederos de aquellos que ganaron la paz y no solo la guerra, que convirtieron a enemigos acérrimos en los más fieles amigos. También debemos absorber estas lecciones esta vez.

Seguiremos defendiendo a nuestro pueblo y sosteniendo nuestros valores con la fuerza de las armas y el estado de derecho. Seguiremos demostrando el valor de intentar resolver pacíficamente nuestras diferencias con otras naciones, no porque seamos ingenuos sobre los peligros que enfrentamos sino porque la participación activa en una solución puede eliminar las sospechas y el temor de manera más duradera.

Estados Unidos seguirá siendo el áncora de alianzas sólidas en cada rincón del globo. Y renovaremos aquellas instituciones que amplíen nuestra capacidad para gestionar las crisis en el extranjero, pues nadie tiene más en juego en un mundo pacífico que su nación más poderosa. Apoyaremos las democracias en todas partes, desde Asia hasta África, desde las Américas hasta el Medio Oriente, pues así nos inspiran nuestros intereses y nuestra consciencia para obrar a favor de aquellos que anhelan ser libres. Además, debemos ser fuente de esperanza para los pobres, los enfermos, los marginados, las víctimas del prejuicio, no solo por pura caridad, sino porque la paz en nuestro tiempo requiere el fomento constante de aquellos principios descritos por nuestra fe común: tolerancia y oportunidad, dignidad humana y justicia.

Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, declaramos hoy que la más evidente de las verdades, que a todos se nos ha creado igual, es la estrella que todavía nos guía; igual que guió a nuestros antepasados a través de Seneca Falls, y Selma, y Stonewall; igual que guió a aquellos hombres y mujeres, tanto de los que se han cantado alabanzas como de los que no, quienes dejaron sus huellas a lo largo de este gran Parque, para escuchar a un predicador decir que no podemos caminar solos; para escuchar a un Rey proclamar que nuestra libertad individual está vinculada inextricablemente a la libertad de cada una de los habitantes de la Tierra.

Ahora es el deber de nuestra generación continuar lo que empezaron esos pioneros. Porque nuestro recorrido no estará completo hasta que nuestras esposas, nuestras madres y nuestras hijas puedan ganarse la vida como corresponde a sus esfuerzos. Nuestro recorrido no estará completo hasta que a nuestros hermanos y hermanas gay se les trate igual que a todos los demás según la ley, porque, si nos han creado iguales de verdad, entonces el amor que profesamos debe ser también igual para todos. Nuestro recorrido no estará completo hasta que ya no se obligue a ningún ciudadano a esperar horas para poder ejercer su derecho al voto. Nuestro recorrido no estará completo hasta que encontremos una manera mejor de recibir a los inmigrantes esforzados y esperanzados que todavía ven a los Estados Unidos como el país de las oportunidades; hasta que los jóvenes estudiantes e ingenieros brillantes entren a formar parte de nuestra fuerza laboral en lugar de que se les expulse de nuestro país. Nuestro recorrido no estará completo hasta que todos nuestros hijos, desde las calles de Detroit hasta las colinas de los Apalaches y los senderos tranquilos de Newtown, sepan que se les cuida y que se les atesora y que siempre estarán a salvo.

Ése es el deber de nuestra generación: hacer que estas palabras, estos derechos, estos valores, de vida, libertad y búsqueda de la felicidad, sean reales para cada uno de los estadounidenses. El hecho de ser fieles a nuestros documentos sobre los que se fundó Estados Unidos no nos exige que estemos de acuerdo con cada aspecto de la vida. No significa que todos definamos la libertad de la misma manera, ni que sigamos exactamente el mismo camino hacia la felicidad. El progreso no nos obliga a resolver debates de siglos de duración sobre el papel del gobierno para la eternidad, sino que nos exige que actuemos en nuestro tiempo.

Ahora tenemos que tomar decisiones, no podemos permitirnos el retraso. No podemos confundir el absolutismo con los principios, ni sustituir la política con el espectáculo, ni tratar los insultos como un debate razonado. Tenemos que actuar, sabiendo que nuestro trabajo no será perfecto. Tenemos que actuar, sabiendo que las victorias de hoy solo serán parciales, y que será el deber de los que estén aquí dentro de cuatro años, y 40 años, y 400 años a partir de hoy hacer avanzar el espíritu atemporal que se nos confirió una vez en un desolado salón de Filadelfia.

Mis compatriotas estadounidenses, el juramento que he hecho hoy ante ustedes, como el que hicieron otros que sirven en este Capitolio, fue un juramento ante Dios y ante el país, no ante un partido ni una facción. Y debemos cumplir fielmente esta promesa mientras dure nuestro mandato. Pero las palabras que he dicho hoy no son tan diferentes al juramento que hacen los soldados cada vez que se enlistan, ni del que hacen los inmigrantes cuando realizan sus sueños. Mi juramento no es tan diferente a la promesa que todos hacemos a la bandera que ondea al viento y que llena de orgullo nuestros corazones.

Son las palabras de los ciudadanos, y representan nuestra mayor esperanza. Ustedes y yo, como ciudadanos, tenemos el poder de encauzar el rumbo de este país. Ustedes y yo, como ciudadanos, tenemos la obligación de moldear los debates de nuestro tiempo, no solamente con nuestros votos, sino con las voces que elevamos en defensa de nuestros valores ancestrales e ideales imperecederos.

Abracemos ahora cada uno de nosotros, con deber solemne y alegría indescriptible, lo que es nuestro patrimonio duradero. Con un esfuerzo común y un propósito común, con pasión y dedicación, contestemos al llamado de la historia, y llevemos a un futuro incierto esa preciada luz de libertad.

Gracias, Dios los bendiga, y que bendiga para siempre a estos Estados Unidos de América.


Original


Vice President Biden, Mr. Chief Justice, Members of the United States Congress, distinguished guests, and fellow citizens:

Each time we gather to inaugurate a president, we bear witness to the enduring strength of our Constitution. We affirm the promise of our democracy. We recall that what binds this nation together is not the colors of our skin or the tenets of our faith or the origins of our names. What makes us exceptional – what makes us American – is our allegiance to an idea, articulated in a declaration made more than two centuries ago:

"We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable rights, that among these are Life, Liberty, and the pursuit of Happiness."

Today we continue a never-ending journey, to bridge the meaning of those words with the realities of our time. For history tells us that while these truths may be self-evident, they have never been self-executing; that while freedom is a gift from God, it must be secured by His people here on Earth. The patriots of 1776 did not fight to replace the tyranny of a king with the privileges of a few or the rule of a mob. They gave to us a Republic, a government of, and by, and for the people, entrusting each generation to keep safe our founding creed.

For more than two hundred years, we have.

Through blood drawn by lash and blood drawn by sword, we learned that no union founded on the principles of liberty and equality could survive half-slave and half-free. We made ourselves anew, and vowed to move forward together.

Together, we determined that a modern economy requires railroads and highways to speed travel and commerce; schools and colleges to train our workers.

Together, we discovered that a free market only thrives when there are rules to ensure competition and fair play.

Together, we resolved that a great nation must care for the vulnerable, and protect its people from life's worst hazards and misfortune.

Through it all, we have never relinquished our skepticism of central authority, nor have we succumbed to the fiction that all society's ills can be cured through government alone. Our celebration of initiative and enterprise; our insistence on hard work and personal responsibility, these are constants in our character.

But we have always understood that when times change, so must we; that fidelity to our founding principles requires new responses to new challenges; that preserving our individual freedoms ultimately requires collective action. For the American people can no more meet the demands of today's world by acting alone than American soldiers could have met the forces of fascism or communism with muskets and militias. No single person can train all the math and science teachers we'll need to equip our children for the future, or build the roads and networks and research labs that will bring new jobs and businesses to our shores. Now, more than ever, we must do these things together, as one nation, and one people.

This generation of Americans has been tested by crises that steeled our resolve and proved our resilience. A decade of war is now ending. An economic recovery has begun. America's possibilities are limitless, for we possess all the qualities that this world without boundaries demands: youth and drive; diversity and openness; an endless capacity for risk and a gift for reinvention. My fellow Americans, we are made for this moment, and we will seize it – so long as we seize it together.

For we, the people, understand that our country cannot succeed when a shrinking few do very well and a growing many barely make it. We believe that America's prosperity must rest upon the broad shoulders of a rising middle class. We know that America thrives when every person can find independence and pride in their work; when the wages of honest labor liberate families from the brink of hardship. We are true to our creed when a little girl born into the bleakest poverty knows that she has the same chance to succeed as anybody else, because she is an American, she is free, and she is equal, not just in the eyes of God but also in our own.

We understand that outworn programs are inadequate to the needs of our time. We must harness new ideas and technology to remake our government, revamp our tax code, reform our schools, and empower our citizens with the skills they need to work harder, learn more, reach higher. But while the means will change, our purpose endures: a nation that rewards the effort and determination of every single American. That is what this moment requires. That is what will give real meaning to our creed.

We, the people, still believe that every citizen deserves a basic measure of security and dignity. We must make the hard choices to reduce the cost of health care and the size of our deficit. But we reject the belief that America must choose between caring for the generation that built this country and investing in the generation that will build its future. For we remember the lessons of our past, when twilight years were spent in poverty, and parents of a child with a disability had nowhere to turn. We do not believe that in this country, freedom is reserved for the lucky, or happiness for the few. We recognize that no matter how responsibly we live our lives, any one of us, at any time, may face a job loss, or a sudden illness, or a home swept away in a terrible storm. The commitments we make to each other – through Medicare, and Medicaid, and Social Security – these things do not sap our initiative; they strengthen us. They do not make us a nation of takers; they free us to take the risks that make this country great.

We, the people, still believe that our obligations as Americans are not just to ourselves, but to all posterity. We will respond to the threat of climate change, knowing that the failure to do so would betray our children and future generations. Some may still deny the overwhelming judgment of science, but none can avoid the devastating impact of raging fires, and crippling drought, and more powerful storms. The path towards sustainable energy sources will be long and sometimes difficult. But America cannot resist this transition; we must lead it. We cannot cede to other nations the technology that will power new jobs and new industries – we must claim its promise. That's how we will maintain our economic vitality and our national treasure – our forests and waterways; our croplands and snowcapped peaks. That is how we will preserve our planet, commanded to our care by God. That's what will lend meaning to the creed our fathers once declared.

We, the people, still believe that enduring security and lasting peace do not require perpetual war. Our brave men and women in uniform, tempered by the flames of battle, are unmatched in skill and courage. Our citizens, seared by the memory of those we have lost, know too well the price that is paid for liberty. The knowledge of their sacrifice will keep us forever vigilant against those who would do us harm. But we are also heirs to those who won the peace and not just the war, who turned sworn enemies into the surest of friends, and we must carry those lessons into this time as well.

We will defend our people and uphold our values through strength of arms and rule of law. We will show the courage to try and resolve our differences with other nations peacefully – not because we are naïve about the dangers we face, but because engagement can more durably lift suspicion and fear. America will remain the anchor of strong alliances in every corner of the globe; and we will renew those institutions that extend our capacity to manage crisis abroad, for no one has a greater stake in a peaceful world than its most powerful nation. We will support democracy from Asia to Africa; from the Americas to the Middle East, because our interests and our conscience compel us to act on behalf of those who long for freedom. And we must be a source of hope to the poor, the sick, the marginalized, the victims of prejudice – not out of mere charity, but because peace in our time requires the constant advance of those principles that our common creed describes: tolerance and opportunity; human dignity and justice.

We, the people, declare today that the most evident of truths – that all of us are created equal – is the star that guides us still; just as it guided our forebears through Seneca Falls, and Selma, and Stonewall; just as it guided all those men and women, sung and unsung, who left footprints along this great Mall, to hear a preacher say that we cannot walk alone; to hear a King proclaim that our individual freedom is inextricably bound to the freedom of every soul on Earth.

It is now our generation's task to carry on what those pioneers began. For our journey is not complete until our wives, our mothers, and daughters can earn a living equal to their efforts. Our journey is not complete until our gay brothers and sisters are treated like anyone else under the law – for if we are truly created equal, then surely the love we commit to one another must be equal as well. Our journey is not complete until no citizen is forced to wait for hours to exercise the right to vote. Our journey is not complete until we find a better way to welcome the striving, hopeful immigrants who still see America as a land of opportunity; until bright young students and engineers are enlisted in our workforce rather than expelled from our country. Our journey is not complete until all our children, from the streets of Detroit to the hills of Appalachia to the quiet lanes of Newtown, know that they are cared for, and cherished, and always safe from harm.

That is our generation's task – to make these words, these rights, these values – of Life, and Liberty, and the Pursuit of Happiness – real for every American. Being true to our founding documents does not require us to agree on every contour of life; it does not mean we all define liberty in exactly the same way, or follow the same precise path to happiness. Progress does not compel us to settle centuries-long debates about the role of government for all time – but it does require us to act in our time.

For now decisions are upon us, and we cannot afford delay. We cannot mistake absolutism for principle, or substitute spectacle for politics, or treat name-calling as reasoned debate. We must act, we must act knowing that our work will be imperfect. We must act, knowing that today's victories will be only partial, and that it will be up to those who stand here in four years, and forty years, and four hundred years hence to advance the timeless spirit once conferred to us in a spare Philadelphia hall.

My fellow Americans, the oath I have sworn before you today, like the one recited by others who serve in this Capitol, was an oath to God and country, not party or faction – and we must faithfully execute that pledge during the duration of our service. But the words I spoke today are not so different from the oath that is taken each time a soldier signs up for duty, or an immigrant realizes her dream. My oath is not so different from the pledge we all make to the flag that waves above and that fills our hearts with pride.

They are the words of citizens, and they represent our greatest hope.

You and I, as citizens, have the power to set this country's course.

You and I, as citizens, have the obligation to shape the debates of our time – not only with the votes we cast, but with the voices we lift in defense of our most ancient values and enduring ideals.

Let each of us now embrace, with solemn duty and awesome joy, what is our lasting birthright. With common effort and common purpose, with passion and dedication, let us answer the call of history, and carry into an uncertain future that precious light of freedom.

Thank you, God Bless you, and may He forever bless these United States of America.

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