Canciller Kohl, Alcalde Diepgen, damas y caballeros: hace veinticuatro años, el presidente John F. Kennedy visitó Berlín y habló a la gente de esta ciudad y a todo el mundo desde el ayuntamiento. Bueno, desde entonces otros dos presidentes han venido, cada cual en su mandato, a Berlín. Y, hoy, yo mismo realizo mi segunda visita a vuestra ciudad.
Nosotros, los presidentes americanos, venimos a Berlín porque es nuestro deber hablar, en este lugar, de libertad. Debo confesar que también nos atraen hasta aquí otras cosas, el sentimiento histórico de esta ciudad, más de quinientos años más vieja que nuestro propio país; la belleza del Grunewald y el Tiergarten; y sobretodo, vuestro coraje y determinación. Tal vez el compositor Paul Lincke comprendió algo sobre los presidentes americanos. Veréis, como tantos otros presidentes antes que yo, vengo hoy aquí porque dondequiera que vaya, haga lo que haga: Ich hab noch einen Koffer in Berlin. [Aún tengo una maleta en Berlín].
Nuestra reunión de hoy está siendo retransmitida a toda Alemania Occidental y a Norteamérica. Tengo entendido que se está viendo y escuchando en el Este. A aquellos que nos están escuchando desde el Este, unas palabras especiales: aunque no puedo estar con vosotros, me dirijo a vosotros tanto como a los que están aquí ante mí. Pues me uno a vosotros, tal como me uno a vuestros compatriotas en el Oeste, con esta firme e inalterable convicción: Es gibt nur ein Berlin. [Sólo hay un Berlín].
Detrás de mi se alza un muro que rodea los sectores libres de esta ciudad, parte de un vasto sistema de barreras que dividen todo el continente de Europa. Desde el Báltico hasta el sur, esas barreras cortan Alemania en una herida de alambre de espino, hormigón, patrullas con perros y torres de vigilancia. Más al sur, puede que no haya ninguna barrera visible y obvia. Pero sigue habiendo guardias armados y puestos de control; sigue habiendo una restricción al derecho de viajar, sigue siendo un instrumento para imponer sobre los hombres y mujeres comunes el deseo de un Estado totalitario. Sin embargo, es aquí, en Berlín, donde el muro emerge con mayor claridad; aquí, cortando vuestra ciudad, donde las fotografías de las noticias y las pantallas de televisión han dejado una imprenta brutal de un continente en la mente del mundo. De pie ante la Puerta de Brandemburgo, cada hombre es un alemán, separado de sus semejantes. Cada hombre es un berlinés, obligado a contemplar una herida.
El presidente von Weizsacker ha dicho: “la cuestión alemana permanecerá abierta mientras la Puerta de Brandemburgo permanezca cerrada”. Hoy yo digo: mientras la puerta esté cerrada, mientras se permita esta herida de muro, no es sólo la cuestión alemana que permanece abierta, sino la cuestión de la libertad de toda la humanidad. Pero no he venido aquí a lamentarme. Puesto que encuentro en Berlín un mensaje de esperanza, incluso a la sombra de este muro, un mensaje de triunfo.
En la primavera de 1945, el pueblo de Berlín salió de sus refugios antiaéreos para encontrarse con la devastación. A miles de millas, el pueblo de los Estados Unidos salió en su ayuda. Y en 1947, el Secretario de estado, como se ha dicho, George Marshall anunció la creación de lo que se daría en llamar el Plan Marshall. Hablando hace exactamente 40 años, dijo: “nuestra política no va dirigida contra país o doctrina alguna, sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos”.
En el Reichstag, hace unos momentos, vi una placa conmemorativa de este 40º aniversario del Plan Marshall. Me sorprendió una pintada sobre una estructura quemada y destartalada que se estaba reconstruyendo. Tengo entendido que los berlineses de mi generación pueden recordar haber visto pintadas como esta por todos los sectores occidentales de la ciudad. La pintada simplemente rezada: “El Plan Marshall está ayudando a fortalecer el mundo libre”. Un mundo libre fuerte en Occidente; ese sueño se hizo realidad. Japón se alzó sobre sus ruinas para convertirse en un gigante económico. Italia, Francia, Bélgica, prácticamente todas las naciones de Europa Occidental renacieron política y económicamente; se fundó la Comunidad Europea.
En Alemania Occidental y aquí en Berlín, tuvo lugar un milagro económico, el Wirtschaftswunder. Adenauer, Erhard, Reuter y otros líderes entendieron la importancia práctica de la libertad; que así como la verdad puede florecer solamente cuando se le da libertad de expresión al periodista, igualmente la prosperidad sólo puede darse cuando el campesino y el empresario gozan de libertad económica. Los dirigentes alemanes redujeron los aranceles, ampliaron el libre comercio y bajaron los impuestos. Desde 1950 hasta 1960, el nivel de vida en Berlín Occidental se dobló.
Donde hace cuatro décadas había escombros, existe hoy en Berlín Occidental la mayor producción industrial de cualquier ciudad en Alemania; ajetreados edificios de oficinas, bonitas casas y apartamentos, orgullosas avenidas y amplios jardines y zonas verdes. Donde parecía que se había destruido la cultura de una ciudad, existen hoy dos grandes universidades, orquestas y una opera, incontables teatros y museos. Donde había necesidad, existe hoy abundancia; alimentos, vestido, automóviles; los maravillosos productos del Ku’damm. De la devastación, de la ruina misma, vosotros los berlineses habéis reconstruido, en libertad, una ciudad que, una vez más, se cuenta entre las más grandes de la Tierra. Puede que los soviéticos tuvieran otros planes. Pero, amigos míos, hay algunas cosas con las que los soviéticos no contaron: Berliner Herz, Berliner Humor, ja, und Berliner Schnauze. [Un corazón berlinés, un humor berlinés y, sí, un Schauze berlinés].
En la década de los 50, Kruschev predijo: “os enterraremos”. Pero en Occidente hoy vemos un mundo libre que ha alcanzado un nivel de prosperidad y bienestar sin precedentes en toda la historia humana. En el mundo comunista vemos fracaso, retraso tecnológico, niveles sanitarios en declive, incluso necesidad del tipo más básico: demasiada poca comida. Incluso hoy, la Unión Soviética no puede alimentarse a sí misma. Después de estas cuatro décadas, entonces, una conclusión inevitable se alza ante el mundo entero: la libertad lleva a la prosperidad. La libertad viene a sustituir los antiguos odios entre las naciones por civismo y paz. La libertad es la vencedora.
Y puede que ahora los propios soviéticos, a su manera limitada, se den cuenta de la importancia de la libertad. Oímos mucho de Moscú acerca de una nueva política de reforma y apertura. Se han liberado algunos presos políticos. Algunas emisiones occidentales ya no son interferidas. Se ha permitido a algunas empresas económicas operar con mayor libertad frente al control del estado.
¿Son estos los comienzos de cambios profundos en el Estado soviético? ¿O son gestos simbólicos, para dar falsas esperanzas a Occidente, o para fortalecer el sistema soviético sin cambiarlo? Nosotros damos la bienvenida al cambio y a la apertura; porque creemos que la libertad y la seguridad van juntas, que el avance de la libertad humana sólo puede fortalecer la causa de la paz mundial. Hay un signo que los soviéticos pueden hacer que sería inconfundible, que avanzaría enormemente la causa de la libertad y paz.
Secretario General Gorbachov, si usted busca la paz, si usted busca la prosperidad para la Unión Soviética y Europa Oriental, si usted busca la liberalización: ¡Venga a este muro! ¡Señor Gorbachov, abra esta puerta! ¡Señor Gorbachov, haga caer este muro!
Entiendo el miedo a la guerra y el dolor de la división que afligen a este continente; y os prometo los esfuerzos de mi país para ayudar a superar estas pesadumbres. Sin duda, en Occidente debemos resistir la expansión soviética. Así que debemos mantener defensas de fortaleza inexpugnable. Sin embargo, buscamos la paz; así que debemos esforzarnos por reducir las armas en ambos lados.
Empezando hace 10 años, los soviéticos amenazaron la alianza occidental con una nueva y grave amenaza, centenares de nuevos mísiles nucleares SS-20 más mortíferos, capaces de alcanzar todas las capitales de Europa. La alianza occidental respondió comprometiéndose un contradespliegue a menos que los soviéticos se avinieran a negociar una solución mejor; a saber: la eliminación de tales armas en ambos bandos. Durante muchos meses, los soviéticos se negaron a regatear en serio. Mientras la alianza, a su vez, se preparaba para emprender su contradespliegue, hubo días difíciles, días de protestas como los de mi visita a esta ciudad en 1982, y después los soviéticos se retiraron de la mesa.
Pero durante todo el tiempo, la alianza se mantuvo firme. E invito a todos los que protestaron entonces, invito a los que protestan hoy, a que se fijen en este hecho: porque nos mantuvimos firmes, los soviéticos volvieron a sentarse en la mesa. Y porque nos mantuvimos firmes, tenemos hoy a nuestro alcance, no solamente la limitación del crecimiento de las armas, sino de eliminar, por primera vez, una clase entera de armas nucleares de la faz de la Tierra.
Mientras hablo, ministros de la OTAN se reúnen en Islandia para revisar el progreso de nuestras propuestas de eliminar estas armas. En las conversaciones de Ginebra, también propusimos grandes recortes en las armas ofensivas estratégicas. Y los aliados occidentales han hecho, así mismo, propuestas de gran calado para reducir el daño de la guerra convencional y para establecer una moratoria total sobre las armas químicas.
Mientras perseguimos estas reducciones armamentistas, os prometo que mantendremos la capacidad para aplacar la agresión soviética a cualquier nivel que pueda darse. Y, en cooperación con muchos de nuestros aliados, Estados Unidos está desarrollando la Iniciativa de Defensa Estratégica; una investigación para basar la disuasión no en la amenaza de una venganza ofensiva, sino en defensas que verdaderamente defiendan; en sistemas que, en pocas palabras, no apuntarán a poblaciones sino que las cobijaran. Por estos medios, perseguimos aumentar la seguridad de Europa y de todo el mundo. Pero debemos recordar un hecho crucial: Oriente y Occidente no desconfiamos el uno del otro porque estemos armados; estamos armados porque desconfiamos el uno del otro. Y nuestras diferencias no son sobre las armas sino sobre la libertad. Cuando el presidente Kennedy habló en el ayuntamiento hace 24 años, la libertad estaba rodeada, Berlín estaba bajo asedio. Y hoy, a pesar de todas las presiones ejercidas sobre esta ciudad, Berlín permanece segura en su libertad. Y la misma libertad está transformando el planeta.
En las Filipinas, en Sudamérica y Centroamérica la democracia ha renacido. A lo ancho del Pacífico, los mercados libres están obrando un milagro tras otro de crecimiento económico. En las naciones industrializadas, está teniendo lugar una revolución industrial, una revolución marcada por avances rápidos y dramáticos en ordenadores y telecomunicaciones.
En Europa, sólo una nación y aquellos que la controlan se niega a unirse a la comunidad de la libertad. Sin embargo, en esta era de redoblado crecimiento económico, de información e innovación, la Unión Soviética se enfrenta a un dilema: o hace cambios fundamentales o se hará obsoleta.
Así el día de hoy representa un momento de esperanza. En Occidente estamos listos para cooperar con el Este para impulsar la verdadera apertura, para romper las barreras que separan a las personas, para crear un mundo más libre y más seguro. Y, ciertamente, no existe un lugar mejor que Berlín, el punto de encuentro de Este y Oeste, para empezar. Pueblo libre de Berlín: hoy, como en el pasado, los Estados Unidos está por la estricta observancia y plena implementación de todas las partes del Acuerdo de las Cuatro Potencias de 1971. Aprovechemos esta ocasión, el 750º aniversario de esta ciudad, para guiar hacia una nueva era, para perseguir una vida incluso más plena y rica para Berlín para el futuro. Juntos, mantengamos y desarrollemos los lazos entre la República Federal y los sectores occidentales de Berlín, como permite el acuerdo de 1971.
E invito al señor Gorbachov: trabajemos para acercar las partes oriental y occidental de la ciudad, para que los habitantes de todo Berlín puedan disfrutar de los beneficios que se derivan de una de las más grandes ciudades del mundo.
Para abrir Berlín todavía más a Europa, Este y Oeste, ampliemos el vital acceso aéreo a esta ciudad, encontrando formas de hacer que el servicio aéreo comercial a Berlín sea más adecuado, más cómodo y más económico. Esperamos ver el día en que Berlín Occidental pueda convertirse en uno de los principales nodos aéreos de toda Europa central.
Con nuestros socios franceses y británicos, Estados Unidos está preparado para ayudar a traer encuentros internacionales a Berlín. Sería muy apropiado que Berlín sirviera de sede para los encuentros de las Naciones Unidas, o conferencias mundiales sobre los derechos humanos y el control armamentístico u otros asuntos que requieren la cooperación internación.
No hay mejor forma para afianzar la esperanza para el futuro que alumbrar mentes jóvenes y nos honraría patrocinar intercambios juveniles veraniegos, actos culturales y otros programas para los jóvenes berlineses del Este. Nuestros amigos franceses y británicos, estoy seguro, harán lo mismo. Y tengo la esperanza de que se pueda encontrar una autoridad en Berlín Oriental para patrocinar visitas de jóvenes de los sectores occidentales.
Una propuesta final, una que guardo cerca de mi corazón: el deporte representa una fuente de diversión y ennoblecimiento, y puede que hayáis notado que la República de Corea, Norte y Sur, se ha ofrecido a permitir que algunos eventos de las Olimpiadas de 1988 tengan lugar en el Norte. Las competiciones deportivas internacionales de todos los tipos podrían tener lugar en ambos lados de esta ciudad. Y ¿qué mejor modo de demostrar al mundo la apertura de esta ciudad que ofrecer en algún año futuro la celebración de las Juegos Olímpicos aquí en Berlín, Este y Oeste? En estas cuatro décadas, como he dicho, los berlineses habéis construido una gran ciudad. Lo habéis hecho a pesar de las amenazas; los intentos soviéticos de imponer la marca oriental, el bloqueo. Hoy, la ciudad prospera a pesar de los desafíos implícitos en la propia presencia de este muro. ¿Qué os mantiene aquí? Ciertamente dice mucho de vuestro valor, de vuestro coraje desafiante. Pero creo que hay algo más profundo, algo que tiene que ver con toda la imagen y sentido del estilo de vida berlinés; no un mero sentimiento. Nadie podría vivir por mucho tiempo en Berlín sin ser totalmente desposeído de ilusiones. Algo, en cambio, que ha visto las dificultades de la vida en Berlín pero ha elegido aceptarlas, que continúa construyendo esta ciudad buena y orgullosa en contraste con una presencia totalitaria envolvente que se niega a desatar las aspiraciones y energías humanas. Algo que busca una voz poderosa de afirmación, que dice sí a esta ciudad, sí al futuro, sí a la libertad. En una palabra, yo diría que lo que os mantiene en Berlín es amor; un amor profundo y duradero.
Tal vez, esto nos lleva al meollo de la cuestión, a la más fundamental de todas las diferencias entre Este y Oeste. El mundo totalitario produce retraso porque es tan violento con el espíritu, aplaca el impulso humano a crear, a disfrutar, a adorar. El mundo totalitario considera una afreta incluso los símbolos de amor y adoración. Hace años, antes de que los alemanes orientales empezaran a reconstruir sus iglesias, erigieron una estructura secular: la torre de televisión en la Alexanderplatz. Desde entonces, las autoridades han trabajado para corregir lo que consideran el mayor defecto de la torre, tratando la esfera de vidrio que hay arriba con pintura y productos químicos de todo tipo. Sin embargo, aun hoy cuando el sol alumbra la esfera -esa esfera que se alza sobre todo Berlín- la luz forma el símbolo de la Cruz. Allí en Berlín, como la propia ciudad, los símbolos del amor, los símbolos de adoración, no pueden ser suprimidos.
Cuando, hace un momento, miré desde el Reichstag, esa encarnación de la unidad germana, observé unas palabras crudamente pintadas con spray sobre el muro, quizá por un joven berlinés: “Este muro caerá. Las creencias se hacen realidad”. Sí, a lo ancho de Europa, este muro caerá. Porque no se sostiene ante la fe; no se sostiene ante la verdad. El muro no se sostiene ante la libertad.
Y me gustaría decir algo, antes de acabar. He leído, y me han preguntado desde que estoy aquí, acerca de ciertas manifestaciones contra mi visita. Y me gustaría decir sólo una cosa a los que se manifiestan. Me pregunto si se han preguntado jamás que si tuvieran el tipo de gobierno que aparentemente desean, nadie podría jamás hacer otra vez lo que ellos hacen.
Gracias, y que Dios os bendiga a todos.
Original
We come to Berlin, we American Presidents, because it's our duty to speak, in this place, of freedom. But I must confess, we're drawn here by other things as well: by the feeling of history in this city, more than 500 years older than our own nation; by the beauty of the Grunewald and the Tiergarten; most of all, by your courage and determination. Perhaps the composer, Paul Lincke, understood something about American Presidents. You see, like so many Presidents before me, I come here today because wherever I go, whatever I do: "Ich hab noch einen koffer in Berlin." [I still have a suitcase in Berlin.]
Our gathering today is being broadcast throughout Western Europe and North America. I understand that it is being seen and heard as well in the East. To those listening throughout Eastern Europe, I extend my warmest greetings and the good will of the American people. To those listening in East Berlin, a special word: Although I cannot be with you, I address my remarks to you just as surely as to those standing here before me. For I join you, as I join your fellow countrymen in the West, in this firm, this unalterable belief: Es gibt nur ein Berlin. [There is only one Berlin.]
Behind me stands a wall that encircles the free sectors of this city, part of a vast system of barriers that divides the entire continent of Europe. From the Baltic, south, those barriers cut across Germany in a gash of barbed wire, concrete, dog runs, and guardtowers. Farther south, there may be no visible, no obvious wall. But there remain armed guards and checkpoints all the same—still a restriction on the right to travel, still an instrument to impose upon ordinary men and women the will of a totalitarian state. Yet it is here in Berlin where the wall emerges most clearly; here, cutting across your city, where the news photo and the television screen have imprinted this brutal division of a continent upon the mind of the world. Standing before the Brandenburg Gate, every man is a German, separated from his fellow men. Every man is a Berliner, forced to look upon a scar.
President von Weizsacker has said: "The German question is open as long as the Brandenburg Gate is closed." Today I say: As long as this gate is closed, as long as this scar of a wall is permitted to stand, it is not the German question alone that remains open, but the question of freedom for all mankind. Yet I do not come here to lament. For I find in Berlin a message of hope, even in the shadow of this wall, a message of triumph.
In this season of spring in 1945, the people of Berlin emerged from their air raid shelters to find devastation. Thousands of miles away, the people of the United States reached out to help. And in 1947 Secretary of State—as you've been told—George Marshall announced the creation of what would become known as the Marshall Plan. Speaking precisely 40 years ago this month, he said: "Our policy is directed not against any country or doctrine, but against hunger, poverty, desperation, and chaos."
In the Reichstag a few moments ago, I saw a display commemorating this 40th anniversary of the Marshall Plan. I was struck by the sign on a burnt-out, gutted structure that was being rebuilt. I understand that Berliners of my own generation can remember seeing signs like it dotted throughout the Western sectors of the city. The sign read simply: "The Marshall Plan is helping here to strengthen the free world." A strong, free world in the West, that dream became real. Japan rose from ruin to become an economic giant. Italy , France , Belgium—virtually every nation in Western Europe saw political and economic rebirth; the European Community was founded.
In West Germany and here in Berlin, there took place an economic miracle, the Wirtschaftswunder. Adenauer, Erhard, Reuter, and other leaders understood the practical importance of liberty—that just as truth can flourish only when the journalist is given freedom of speech, so prosperity can come about only when the farmer and businessman enjoy economic freedom. The German leaders reduced tariffs, expanded free trade, lowered taxes. From 1950 to 1960 alone, the standard of living in West Germany and Berlin doubled.
Where four decades ago there was rubble, today in West Berlin there is the greatest industrial output of any city in Germany—busy office blocks, fine homes and apartments, proud avenues, and the spreading lawns of park land. Where a city's culture seemed to have been destroyed, today there are two great universities, orchestras and an opera, countless theaters, and museums. Where there was want, today there's abundance—food, clothing, automobiles—the wonderful goods of the Ku'damm. From devastation, from utter ruin, you Berliners have, in freedom, rebuilt a city that once again ranks as one of the greatest on Earth. The Soviets may have had other plans. But, my friends, there were a few things the Soviets didn't count on Berliner herz, Berliner humor, ja, und Berliner schnauze. [Berliner heart, Berliner humor, yes, and a Berliner schnauze.] [Laughter]
In the 1950s, Khrushchev predicted: "We will bury you." But in the West today, we see a free world that has achieved a level of prosperity and well-being unprecedented in all human history. In the Communist world, we see failure, technological backwardness, declining standards of health, even want of the most basic kind—too little food. Even today, the Soviet Union still cannot feed itself. After these four decades, then, there stands before the entire world one great and inescapable conclusion: Freedom leads to prosperity. Freedom replaces the ancient hatreds among the nations with comity and peace. Freedom is the victor.
And now the Soviets themselves may, in a limited way, be coming to understand the importance of freedom. We hear much from Moscow about a new policy of reform and openness. Some political prisoners have been released. Certain foreign news broadcasts are no longer being jammed. Some economic enterprises have been permitted to operate with greater freedom from state control. Are these the beginnings of profound changes in the Soviet state? Or are they token gestures, intended to raise false hopes in the West, or to strengthen the Soviet system without changing it? We welcome change and openness; for we believe that freedom and security go together, that the advance of human liberty can only strengthen the cause of world peace.
There is one sign the Soviets can make that would be unmistakable, that would advance dramatically the cause of freedom and peace. General Secretary Gorbachev, if you seek peace, if you seek prosperity for the Soviet Union and Eastern Europe, if you seek liberalization: Come here to this gate! Mr. Gorbachev, open this gate! Mr. Gorbachev, tear down this wall!
I understand the fear of war and the pain of division that afflict this continent—and I pledge to you my country's efforts to help overcome these burdens. To be sure, we in the West must resist Soviet expansion. So we must maintain defenses of unassailable strength. Yet we seek peace; so we must strive to reduce arms on both sides. Beginning 10 years ago, the Soviets challenged the Western alliance with a grave new threat, hundreds of new and more deadly SS-20 nuclear missiles, capable of striking every capital in Europe. The Western alliance responded by committing itself to a counterdeployment unless the Soviets agreed to negotiate a better solution; namely, the elimination of such weapons on both sides. For many months, the Soviets refused to bargain in earnestness. As the alliance, in turn, prepared to go forward with its counterdeployment, there were difficult days—days of protests like those during my 1982 visit to this city—and the Soviets later walked away from the table.
But through it all, the alliance held firm. And I invite those who protested then—I invite those who protest today—to mark this fact: Because we remained strong, the Soviets came back to the table. And because we remained strong, today we have within reach the possibility, not merely of limiting the growth of arms, but of eliminating, for the first time, an entire class of nuclear weapons from the face of the Earth. As I speak, NATO ministers are meeting in Iceland to review the progress of our proposals for eliminating these weapons. At the talks in Geneva, we have also proposed deep cuts in strategic offensive weapons. And the Western allies have likewise made far-reaching proposals to reduce the danger of conventional war and to place a total ban on chemical weapons.
While we pursue these arms reductions, I pledge to you that we will maintain the capacity to deter Soviet aggression at any level at which it might occur. And in cooperation with many of our allies, the United States is pursuing the Strategic Defense Initiative—research to base deterrence not on the threat of offensive retaliation, but on defenses that truly defend; on systems, in short, that will not target populations, but shield them. By these means we seek to increase the safety of Europe and all the world. But we must remember a crucial fact: East and West do not mistrust each other because we are armed; we are armed because we mistrust each other. And our differences are not about weapons but about liberty. When President Kennedy spoke at the City Hall those 24 years ago, freedom was encircled, Berlin was under siege. And today, despite all the pressures upon this city, Berlin stands secure in its liberty. And freedom itself is transforming the globe.
In the Philippines, in South and Central America, democracy has been given a rebirth. Throughout the Pacific, free markets are working miracle after miracle of economic growth. In the industrialized nations, a technological revolution is taking place—a revolution marked by rapid, dramatic advances in computers and telecommunications.
In Europe, only one nation and those it controls refuse to join the community of freedom. Yet in this age of redoubled economic growth, of information and innovation, the Soviet Union faces a choice: It must make fundamental changes, or it will become obsolete. Today thus represents a moment of hope. We in the West stand ready to cooperate with the East to promote true openness, to break down barriers that separate people, to create a safer, freer world.
And surely there is no better place than Berlin, the meeting place of East and West, to make a start. Free people of Berlin: Today, as in the past, the United States stands for the strict observance and full implementation of all parts of the Four Power Agreement of 1971. Let us use this occasion, the 750th anniversary of this city, to usher in a new era, to seek a still fuller, richer life for the Berlin of the future. Together, let us maintain and develop the ties between the Federal Republic and the Western sectors of Berlin, which is permitted by the 1971 agreement.
And I invite Mr. Gorbachev: Let us work to bring the Eastern and Western parts of the city closer together, so that all the inhabitants of all Berlin can enjoy the benefits that come with life in one of the great cities of the world. To open Berlin still further to all Europe, East and West, let us expand the vital air access to this city, finding ways of making commercial air service to Berlin more convenient, more comfortable, and more economical. We look to the day when West Berlin can become one of the chief aviation hubs in all central Europe.
With our French and British partners, the United States is prepared to help bring international meetings to Berlin. It would be only fitting for Berlin to serve as the site of United Nations meetings, or world conferences on human rights and arms control or other issues that call for international cooperation. There is no better way to establish hope for the future than to enlighten young minds, and we would be honored to sponsor summer youth exchanges, cultural events, and other programs for young Berliners from the East. Our French and British friends, I'm certain, will do the same. And it's my hope that an authority can be found in East Berlin to sponsor visits from young people of the Western sectors.
One final proposal, one close to my heart: Sport represents a source of enjoyment and ennoblement, and you many have noted that the Republic of Korea—South Korea—has offered to permit certain events of the 1988 Olympics to take place in the North. International sports competitions of all kinds could take place in both parts of this city. And what better way to demonstrate to the world the openness of this city than to offer in some future year to hold the Olympic games here in Berlin, East and West?
In these four decades, as I have said, you Berliners have built a great city. You've done so in spite of threats—the Soviet attempts to impose the East-mark, the blockade. Today the city thrives in spite of the challenges implicit in the very presence of this wall. What keeps you here? Certainly there's a great deal to be said for your fortitude, for your defiant courage. But I believe there's something deeper, something that involves Berlin's whole look and feel and way of life—not mere sentiment. No one could live long in Berlin without being completely disabused of illusions. Something instead, that has seen the difficulties of life in Berlin but chose to accept them, that continues to build this good and proud city in contrast to a surrounding totalitarian presence that refuses to release human energies or aspirations. Something that speaks with a powerful voice of affirmation, that says yes to this city, yes to the future, yes to freedom. In a word, I would submit that what keeps you in Berlin is love—love both profound and abiding.
Perhaps this gets to the root of the matter, to the most fundamental distinction of all between East and West. The totalitarian world produces backwardness because it does such violence to the spirit, thwarting the human impulse to create, to enjoy, to worship. The totalitarian world finds even symbols of love and of worship an affront. Years ago, before the East Germans began rebuilding their churches, they erected a secular structure: the television tower at Alexander Platz. Virtually ever since, the authorities have been working to correct what they view as the tower's one major flaw, treating the glass sphere at the top with paints and chemicals of every kind. Yet even today when the sun strikes that sphere—that sphere that towers over all Berlin—the light makes the sign of the cross. There in Berlin, like the city itself, symbols of love, symbols of worship, cannot be suppressed.
As I looked out a moment ago from the Reichstag, that embodiment of German unity, I noticed words crudely spray-painted upon the wall, perhaps by a young Berliner, "This wall will fall. Beliefs become reality." Yes, across Europe, this wall will fall. For it cannot withstand faith; it cannot withstand truth. The wall cannot withstand freedom.
And I would like, before I close, to say one word. I have read, and I have been questioned since I've been here about certain demonstrations against my coming. And I would like to say just one thing, and to those who demonstrate so. I wonder if they have ever asked themselves that if they should have the kind of government they apparently seek, no one would ever be able to do what they're doing again.
Thank you and God bless you all.
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