Para unos pocos de los que estamos hoy aquí esta es una solemne y memorable ocasión; y sin embargo, en la historia de nuestra Nación, es algo que ocurre con normalidad. La transferencia ordenada de la autoridad, tal como establece la Constitución, tiene lugar tal como ha sucedido durante casi dos siglos y pocos de nosotros nos paramos a pensar cuan singulares somos realmente. A los ojos de muchos en el mundo, esta ceremonia cuatrienal que nosotros aceptamos como algo normal no es sino un milagro.
Sr. Presidente, quiero que nuestros compatriotas sepan lo mucho que hizo usted para mantener esta tradición. Por virtud de nuestra cortés cooperación en el proceso de transición, usted le ha enseñado a un mundo expectante que somos un pueblo unido comprometido a mantener un sistema político que garantiza la libertad individual en mayor medida que cualquier otro, y yo le agradezco a usted y a su equipo por toda la ayuda prestada en el mantenimiento de la continuidad, que es el baluarte de nuestra República. Los asuntos de nuestra nación siguen adelante. Estos Estados Unidos se enfrentan a una aflicción económica de grandes proporciones. Sufrimos la más larga y una de las peores inflaciones sostenidas de nuestra historia nacional. Distorsiona nuestras decisiones económicas, penaliza el ahorro y quiebra a los esforzados jóvenes y a los jubilados por igual. Amenaza con destrozar las vidas de millones de nuestra gente.
Industrias ociosas mandan trabajadores al paro, causando miseria humana e indignidad personal. A aquellos que sí trabajan, se les niega una recompensa justa por su trabajo mediante un sistema fiscal que penaliza el éxito y evita que mantengamos una plena productividad.
Pero, grande como es nuestra presión fiscal, no se ha mantenido a la par con nuestro gasto público. Durante décadas, hemos acumulado un déficit tras otro, hipotecando nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos por la conveniencia temporal del presente. Continuar esta larga tendencia es garantizar tremendos cataclismos sociales, culturales, políticos y económicos.
Ustedes y yo, como individuos, podemos, mediante el crédito, vivir más allá de nuestras posibilidades, pero sólo por un periodo de tiempo limitado. ¿Por qué, entonces, deberíamos pensar que colectivamente, como una nación, no estamos sujetos a esa misma limitación? Debemos actuar hoy para poder mantenernos mañana. Y que nadie se llame a engaño: vamos a empezar a actuar, a partir de hoy mismo.
Los males económicos se han cernido sobre nosotros a lo largo de varias décadas. No desaparecerán en días, semanas o meses, pero desaparecerán. Desaparecerán porque nosotros, como americanos, tenemos la capacidad ahora, como la hemos tenido en el pasado, de hacer lo que haga falta hacer para preservar este último y mayor bastión de la libertad.
En esta crisis actual, el gobierno no es la solución a nuestro problema. El gobierno es el problema. De vez en cuando, hemos estado tentados a pensar que la sociedad se ha vuelto demasiado compleja para ser manejada por el autogobierno, que el gobierno en manos de una elite es superior al gobierno de, para y por las personas. Pero si nadie de nosotros es capaz de gobernarse a sí mismo, ¿quién de nosotros tiene la capacidad de gobernar a otro? Todos nosotros juntos, dentro y fuera del gobierno, debemos soportar el peso. Las soluciones que debemos buscar han de ser equitativas, sin señalar a un grupo para que pague el precio más alto.
Oímos mucho acerca de los grupos de interés. Nuestra preocupación debe dirigirse a un grupo de interés que ha sido desdeñado durante demasiado tiempo. No conoce límites sectoriales o étnicos ni divisiones raciales y cruza las líneas políticas. Se compone de hombre y mujeres que cultivan nuestros alimentos, patrullan nuestras calles, trabajan en nuestras minas y en nuestras fábricas, educan a nuestros hijos, cuidan de nuestros hogares y nos curan cuando estamos enfermos: profesionales, industriales, tenderos, encargados, taxistas y camioneros. Ellos son, en pocas palabras, «Nosotros el pueblo», este pueblo conocido como los americanos.
Bueno, el objetivo de esta administración será una economía sana, vigorosa y creciente que ofrezca igualdad de oportunidades a todos los americanos sin barreras surgidas del racismo o de la discriminación. Volver a poner América a trabajar significa volver a poner a todos los americanos a trabajar. Acabar con la inflación significa liberar a todos los americanos del terror de los costes de vida desbocados. Todos debemos tomar parte en el trabajo productivo de este «nuevo comienzo» y todos debemos compartir el botín de una economía revitalizada. Con el idealismo y la justicia que son el corazón de nuestro sistema y nuestra fuerza, podemos tener una América fuerte y próspera en paz consigo misma y con el mundo.
Así que, mientras empezamos, hagamos inventario. Somos una nación que tiene un gobierno, no al revés. Y esto nos hace especiales entre las naciones de la Tierra. Nuestro gobierno no tiene ningún poder excepto los que le otorga el pueblo. Es hora de corregir y dar marcha atrás al crecimiento del estado que muestra signos de haber crecido más allá del consentimiento de los gobernados.
Es mi intención restringir el tamaño e influencia del aparato federal y pedir el reconocimiento de la distinción entre los poderes otorgados al Gobierno Federal y aquellos reservados a los Estados o a las personas. Todos necesitamos recordar que el Gobierno Federal no creó a los Estados; los Estados crearon el Gobierno Federal.
Para que no haya malentendidos; mi intención no es deshacerme del Estado. Es, por el contrario, hacer que funcione; que funcione con nosotros, no sobre nosotros; que esté a nuestro lado, no que cabalgue a nuestras espaldas. El Estado puede y debe ofrecer oportunidades, no ahogarlas; fomentar la productividad, no suprimirla.
Si nos fijamos en la respuesta a por qué, durante tantos años, conseguimos tanto, prosperamos como ningún otro pueblo en la Tierra, es porque aquí, en esta tierra, liberamos la energía y el genio individual de cada hombre en mayor medida que se había hecho jamás. La libertad y la dignidad del individuo han sido más asequibles aquí que en ningún otro lugar de la Tierra. El precio de esta libertad a veces ha sido elevado, pero nunca nos hemos negado a pagar ese precio.
No es por casualidad que nuestros problemas actuales sean paralelos y proporcionales a la invención e intrusión en nuestras vidas que se derivan del innecesario y excesivo crecimiento del Estado. Es hora de que nos demos cuenta de que somos una nación demasiado grande para limitarnos a sueños pequeños. No estamos condenados, como algunos quisieran hacernos creer, a un declive inevitable. Yo no creo en un destino que vaya a cernirse sobre nosotros hagamos lo que hagamos. Yo creo en un destino que se cernirá sobre nosotros si no hacemos nada. Así que, con toda la energía creativa a nuestra disposición, empecemos una era de renovación nacional. Renovemos nuestra determinación, nuestro coraje, nuestra fuerza. Y renovemos nuestra fe y nuestra esperanza.
Tenemos todo el derecho a tener sueños heroicos. Los que dicen que vivimos en una época en la que no hay héroes no saben donde mirar. Podéis ver héroes cada día yendo y viniendo de las puertas de las fábricas. Otros, un puñado, producen suficiente comida para alimentarnos a todos nosotros y parte de extranjero. Podéis encontraros con héroes al otro lado del mostrador, a ambos lados del mismo. Hay emprendedores con fe en si mismos y fe en una idea que crean nuevos empleos, nueva riqueza y oportunidad. Son individuos y familias cuyos impuestos mantienen el gobierno y cuyas donaciones voluntarias mantienen la iglesia, las fundaciones benéficas, la cultura, el arte y la educación. Su patriotismo es silencioso pero profundo. Sus valores sostienen nuestra vida nacional.
He usado las palabra «ellos» y «su» al hablar de esos héroes. Podría decir «vosotros» y «vuestro» porque me estoy dirigiendo a los héroes a los que me refiero: vosotros, los ciudadanos de esta bendita tierra. Vuestros sueños, vuestras esperanzas, vuestros objetivos serán los sueños, las esperanzas, los objetivos de esta administración, con la ayuda de Dios.
Reflejaremos la compasión que es una parte tan importante de nuestra forma de ser. ¿Cómo podemos amar nuestro país y no amar a nuestros conciudadanos y amándoles, ofrecerles la mano cuando caen, curarles cuando están enfermos, ofrecerles oportunidades para hacerles autosuficientes para que sean iguales de hecho y no sólo en teoría?
¿Podemos arreglar los problemas a los que nos enfrentamos? Bueno, la respuesta es un inequívoco y enfático «sí». Parafraseando a Winston Churchill, no presté el juramento que acabo de prestar con la intención de presidir durante la disolución de la mayor economía del mundo.
En los días venideros, propondré eliminar las barricadas que han aminorado nuestra economía y reducido nuestra productividad. Se darán pasos encaminados a restablecer el equilibrio entre los diversos niveles de gobierno. Puede que el avance sea lento, medido en pulgadas y pies y no en millas, pero será progreso. Es hora de despertar otra vez al gigante industrial, devolver al gobierno a sus asuntos, y aligerar nuestro punitivo sistema fiscal. Y estas serán nuestras primeras prioridades y, sobre estos principios, no habrá compromisos.
En la vigilia de nuestra lucha por la independencia, un hombre que podría haber sido uno de los más grandes entre nuestros Padres Fundadores, el Dr. Joseph Warren, Presidente del Congreso de Massachussets, dijo a sus compatriotas americanos, «Nuestro país está en peligro, pero no hay que perder la esperanza [...] De vosotros dependen las fortunas de América. Vosotros decidiréis las importantes cuestiones sobre las que se asentará la felicidad de millones que aún no han nacido. Actuad como merecéis hacerlo.» Pues bien, yo creo que nosotros, los americanos de hoy, estamos listos para actuar como merecemos hacerlo, listos para hacer lo que hace falta hacer para asegurar la felicidad y la libertad de nosotros mismos, de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. Y mientras nos renovamos en nuestra tierra, en el mundo verán que tenemos más fuerza. Seremos otra vez el modelo de libertad y la antorcha de esperanza para aquellos que ahora no tienen libertad.
Con aquellos vecinos y aliados que comparten nuestra libertad, estrecharemos nuestros lazos históricos y les aseguraremos nuestro apoyo y firme compromiso. Responderemos a la lealtad con lealtad. Nos esforzaremos en conseguir relaciones mutuamente beneficiosas. No usaremos nuestra amistad para imponernos sobre su soberanía, pues nuestra propia soberanía no está en venta. Y por lo que se refiere a los enemigos de la libertad, aquellos que son potenciales adversarios, se les recordará que la paz es la más alta aspiración del pueblo americano. Negociaremos por ella, nos sacrificaremos por ella; no nos rendiremos por ella, ni ahora ni nunca.
Nuestro autocontrol no debería ser malinterpretado. Nuestra reticencia hacia el conflicto no debería ser confundida con una falta de voluntad. Cuando haga falta actuar para preservar nuestra seguridad nacional, actuaremos. Mantendremos la suficiente fuerza para prevalecer si llega el caso, sabiendo que si lo hacemos tendremos la mejor oportunidad de nunca tener que usar esa fuerza. Sobre todo, debemos darnos cuenta de que ningún arsenal, o arma en los arsenales del mundo, es tan formidable como la voluntad y el coraje moral de los hombres y mujeres libres. Es un arma que nuestros adversarios en el mundo de hoy no tienen. Es un arma que nosotros, como americanos, sí tenemos. Que se enteren los que practican el terrorismo y los que rapiñan a sus vecinos. Me dicen que decenas de miles de encuentros para rezar tienen lugar en el día de hoy, y me alegro profundamente. Somos una nación bajo Dios, y yo creo que Dios pretendía que fuésemos libres. Sería apropiado y bueno, creo, que en cada Día de Investidura en los años futuros se declarara un día de plegaria.
Esta es la primera vez en la historia que esta ceremonia ha tenido lugar, como se os ha dicho, en la Fachada Oeste del Capitolio. De pie aquí, uno contempla una vista magnífica, abriéndose a la especial belleza e historia de la ciudad. Al final de este espacio abierto están los altares a los gigantes sobre cuyos hombros nos alzamos.
Directamente delante de mí, el monumento a un hombre monumental: George Washington, Padre de nuestro país. Un hombre humilde que llegó a la grandeza a regañadientes. Él llevó América desde la victoria revolucionaria hasta la naciente condición de nación. A un lado, el memorial estatal a Thomas Jefferson. La Declaración de Independencia brilla con su elocuencia. Y, después, más allá del Lago Reflectante, las dignas columnas del Memorial a Lincoln. Quienquiera que entienda en su corazón el significado de América lo encontrará en la vida de Abraham Lincoln.
Más allá de esos monumentos al heroísmo está el Río Potomac, y en la orilla más lejana las colinas inclinadas del Cementerio Nacional de Arlington con sus filas y filas de blancas lápidas con cruces o Estrellas de David. Ellos no son sino una pequeña fracción del precio que se ha pagado por nuestra libertad. Cada una de esas lápidas es un monumento a los tipos de héroes a los que me refería antes. Sus vidas terminaron en lugares llamados Belleau Woods, el Argonne, Omaha Beach, Salerno y al otro lado del mundo en Guadalcanal, Tarawa, Pork Chop Hill, la Reserva Chosin y un centenar de arrozales y junglas de un lugar llamado Vietnam.
Bajo una de estas lápidas yace un joven, Martin Treptow, que dejó su trabajo en una barbería de pueblo en 1917 para ir a Francia con la famosa División Arco Iris. Allí, en el frente occidental, murió mientras intentaba llevar un mensaje entre batallones bajo el fuego de la artillería pesada.
Nos dicen que en su cadáver encontraron un diario. En la hoja de cortesía bajo el título «Mi Promesa», él había escrito estas palabras: «América debe ganar esta guerra. Por lo tanto, yo trabajaré, yo ahorraré, yo me sacrificaré, yo me esforzaré, yo lucharé animosamente y sacando lo mejor de mí mismo como si la cuestión de la lucha mundial de mí solo dependiese.»
La crisis a la que nos enfrentamos hoy no requiere el tipo de sacrificio que a Martin Treptow y a otros tantos miles se les pidió. Requiere, sin embargo, nuestro mejor esfuerzo, y nuestro deseo de creer en nosotros mismos y de creer en nuestra capacidad de llevar a cabo grandes hazañas; de creer que juntos, con la ayuda de Dios, podemos y resolveremos los problemas a los que ahora nos enfrentamos.
Y, después de todo, ¿por qué no deberíamos creerlo? Somos americanos.
Que Dios os bendiga y gracias.
Original
To a few of us here today this is a solemn and most momentous occasion, and yet in the history of our nation it is a commonplace occurrence. The orderly transfer of authority as called for in the Constitution routinely takes place, as it has for almost two centuries, and few of us stop to think how unique we really are. In the eyes of ma in the world, this every-4-year ceremony we accept as normal is nothing less than a miracle.
Mr. President, I want our fellow citizens to know how much you did to carry on this tradition. By your gracious cooperation in the transition process, you have shown a watching world that we are a united people pledged to maintaining a political system which guarantees individual liberty to a greater degree than any other, and I thank you and your people for all your help in maintaining the continuity which is the bulwark of our Republic.
The business of our nation goes forward. These United States are confronted with an economic affliction of great proportions. We suffer from the longest and one of the worst sustained inflations in our national history. It distorts our economic decisions, penalizes thrift, and crushes the struggling young and the fixed-income elderly alike. It threatens to shatter the lives of millions of our people.
Idle industries have cast workers into unemployment, human misery, and personal indignity. Those who do work are denied a fair return for their labor by a tax system which penalizes successful achievement and keeps us from maintaining full productivity.
But great as our tax burden is, it has not kept pace with public spending. For decades we have piled deficit upon deficit, mortgaging our future and our children's future for the temporary convenience of the present. To continue this long trend is to guarantee tremendous social, cultural, political, and economic upheavals.
You and I, as individuals, can, by borrowing, live beyond our means, but for only a limited period of time. Why, then, should we think that collectively, as a nation, we're not bound by that same limitation? We must act today in order to preserve tomorrow. And let there be no misunderstanding: We are going to begin to act, beginning today.
The economic ills we suffer have come upon us over several decades. They will not go away in days, weeks, or months, but they will go away. They will go away because we as Americans have the capacity now, as we've had in the past, to do whatever needs to be done to preserve this last and greatest bastion of freedom.
In this present crisis, government is not the solution to our problem; government is the problem. From time to time we've been tempted to believe that society has become too complex to be managed by self-rule, that government by an elite group is superior to government for, by, and of the people. Well, if no one among us is capable of governing himself, then who among us has the capacity to govern someone else? All of us together, in and out of government, must bear the burden. The solutions we seek must be equitable, with no one group singled out to pay a higher price.
We hear much of special interest groups. Well, our concern must be for a special interest group that has been too long neglected. It knows no sectional boundaries or ethnic and racial divisions, and it crosses political party lines. It is made up of men and women who raise our food, patrol our streets, man our mines and factories, teach our children, keep our homes, and heal us when we're sick—professionals, industrialists, shopkeepers, clerks, cabbies, and truckdrivers. They are, in short, "We the people," this breed called Americans.
Well, this administration's objective will be a healthy, vigorous, growing economy that provides equal opportunities for all Americans with no barriers born of bigotry or discrimination. Putting America back to work means putting all Americans back to work. Ending inflation means freeing all Americans from the terror of runaway living costs. All must share in the productive work of this "new beginning," and all must share in the bounty of a revived economy. With the idealism and fair play which are the core of our system and our strength, we can have a strong and prosperous America, at peace with itself and the world.
So, as we begin, let us take inventory. We are a nation that has a government—not the other way around. And this makes us special among the nations of the Earth. Our government has no power except that granted it by the people. It is time to check and reverse the growth of government, which shows signs of having grown beyond the consent of the governed.
It is my intention to curb the size and influence of the Federal establishment and to demand recognition of the distinction between the powers granted to the Federal Government and those reserved to the States or to the people. All of us need to be reminded that the Federal Government did not create the States; the States created the Federal Government.
Now, so there will be no misunderstanding, it's not my intention to do away with government. It is rather to make it work—work with us, not over us; to stand by our side, not ride on our back. Government can and must provide opportunity, not smother it; foster productivity, not stifle it.
If we look to the answer as to why for so many years we achieved so much, prospered as no other people on Earth, it was because here in this land we unleashed the energy and individual genius of man to a greater extent than has ever been done before. Freedom and the dignity of the individual have been more available and assured here than in any other place on Earth. The price for this freedom at times has been high, but we have never been unwilling to pay that price.
It is no coincidence that our present troubles parallel and are proportionate to the intervention and intrusion in our lives that result from unnecessary and excessive growth of government. It is time for us to realize that we're too great a nation to limit ourselves to small dreams. We're not, as some would have us believe, doomed to an inevitable decline. I do not believe in a fate that will fall on us no matter what we do. I do believe in a fate that will fall on us if we do nothing. So, with all the creative energy at our command, let us begin an era of national renewal. Let us renew our determination, our courage, and our strength. And let us renew our faith and our hope.
We have every right to dream heroic dreams. Those who say that we're in a time when there are not heroes, they just don't know where to look. You can see heroes every day going in and out of factory gates. Others, a handful in number, produce enough food to feed all of us and then the world beyond. You meet heroes across a counter, and they're on both sides of that counter. There are entrepreneurs with faith in themselves and faith in an idea who create new jobs, new wealth and opportunity. They're individuals and families whose taxes support the government and whose voluntary gifts support church, charity, culture, art, and education. Their patriotism is quiet, but deep. Their values sustain our national life.
Now, I have used the words "they" and "their" in speaking of these heroes. I could say "you" and "your," because I'm addressing the heroes of whom I speak—you, the citizens of this blessed land. Your dreams, your hopes, your goals are going to be the dreams, the hopes, and the goals of this administration, so help me God.
We shall reflect the compassion that is so much a part of your makeup. How can we love our country and not love our countrymen; and loving them, reach out a hand when they fall, heal them when they're sick, and provide opportunity to make them self-sufficient so they will be equal in fact and not just in theory?
Can we solve the problems confronting us? Well, the answer is an unequivocal and emphatic "yes." To paraphrase Winston Churchill, I did not take the oath I've just taken with the intention of presiding over the dissolution of the world's strongest economy.
In the days ahead I will propose removing the roadblocks that have slowed our economy and reduced productivity. Steps will be taken aimed at restoring the balance between the various levels of government. Progress may be slow, measured in inches and feet, not miles, but we will progress. It is time to reawaken this industrial giant, to get government back within its means, and to lighten our punitive tax burden. And these will be our first priorities, and on these principles there will be no compromise.
On the eve of our struggle for independence a man who might have been one of the greatest among the Founding Fathers, Dr. Joseph Warren, president of the Massachusetts Congress, said to his fellow Americans, "Our country is in danger, but not to be despaired of . . . . On you depend the fortunes of America. You are to decide the important questions upon which rests the happiness and the liberty of millions yet unborn. Act worthy of yourselves."
Well, I believe we, the Americans of today, are ready to act worthy of ourselves, ready to do what must be done to ensure happiness and liberty for ourselves, our children, and our children's children. And as we renew ourselves here in our own land, we will be seen as having greater strength throughout the world. We will again be the exemplar of freedom and a beacon of hope for those who do not now have freedom.
To those neighbors and allies who share our freedom, we will strengthen our historic ties and assure them of our support and firm commitment. We will match loyalty with loyalty. We will strive for mutually beneficial relations. We will not use our friendship to impose on their sovereignty, for our own sovereignty is not for sale.
As for the enemies of freedom, those who are potential adversaries, they will be reminded that peace is the highest aspiration of the American people. We will negotiate for it, sacrifice for it; we will not surrender for it, now or ever.
Our forbearance should never be misunderstood. Our reluctance for conflict should not be misjudged as a failure of will. When action is required to preserve our national security, we will act. We will maintain sufficient strength to prevail if need be, knowing that if we do so we have the best chance of never having to use that strength.
Above all, we must realize that no arsenal or no weapon in the arsenals of the world is so formidable as the will and moral courage of free men and women. It is a weapon our adversaries in today's world do not have. It is a weapon that we as Americans do have. Let that be understood by those who practice terrorism and prey upon their neighbors.
I'm told that tens of thousands of prayer meetings are being held on this day, and for that I'm deeply grateful. We are a nation under God, and I believe God intended for us to be free. It would be fitting and good, I think, if on each Inaugural Day in future years it should be declared a day of prayer.
This is the first time in our history that this ceremony has been held, as you've been told, on this West Front of the Capitol. Standing here, one faces a magnificent vista, opening up on this city's special beauty and history. At the end of this open mall are those shrines to the giants on whose shoulders we stand.
Directly in front of me, the monument to a monumental man, George Washington, father of our country. A man of humility who came to greatness reluctantly. He led America out of revolutionary victory into infant nationhood. Off to one side, the stately memorial to Thomas Jefferson. The Declaration of Independence flames with his eloquence. And then, beyond the Reflecting Pool, the dignified columns of the Lincoln Memorial. Whoever would understand in his heart the meaning of America will find it in the life of Abraham Lincoln.
Beyond those monuments to heroism is the Potomac River, and on the far shore the sloping hills of Arlington National Cemetery, with its row upon row of simple white markers bearing crosses or Stars of David. They add up to only a tiny fraction of the price that has been paid for our freedom.
Each one of those markers is a monument to the kind of hero I spoke of earlier. Their lives ended in places called Belleau Wood, The Argonne, Omaha Beach, Salerno, and halfway around the world on Guadalcanal, Tarawa, Pork Chop Hill, the Chosin Reservoir, and in a hundred rice paddies and jungles of a place called Vietnam.
Under one such marker lies a young man, Martin Treptow, who left his job in a small town barbershop in 1917 to go to France with the famed Rainbow Division. There, on the western front, he was killed trying to carry a message between battalions under heavy artillery fire.
We're told that on his body was found a diary. On the flyleaf under the heading, "My Pledge," he had written these words: "America must win this war. Therefore I will work, I will save, I will sacrifice, I will endure, I will fight cheerfully and do my utmost, as if the issue of the whole struggle depended on me alone."
The crisis we are facing today does not require of us the kind of sacrifice that Martin Treptow and so many thousands of others were called upon to make. It does require, however, our best effort and our willingness to believe in ourselves and to believe in our capacity to perform great deeds, to believe that together with God's help we can and will resolve the problems which now confront us.
And after all, why shouldn't we believe that? We are Americans.
God bless you, and thank you.
No hay comentarios:
Publicar un comentario