miércoles, 20 de agosto de 2014

Primer discurso inaugural de Franklin Delano Roosevelt, del 4 de marzo de 1933 / First Inaugural Address (March 4, 1933)

(revisando)


Contexto
El ex gobernador de Nueva York montó al Capitolio con el presidente Hoover. Las presiones de la economía se enfrentaron al presidente electo como él tomó su juramento del cargo de Presidente del Tribunal Supremo, Charles Evans Hughes, en el Pórtico del Este del Capitolio. Se dirigió a la nación por radio y anunció sus planes para un Nuevo Trato. A lo largo de ese día el Presidente se reunió con sus designados del gabinete en la Casa Blanca.

Estoy seguro de que mis conciudadanos esperan que en mi inducción en la Presidencia me referiré a ellos con un candor y una decisión que la situación actual de nuestro país impulsa. Esta es preeminentemente el momento de decir la verdad, toda la verdad, con franqueza y valentía. Tampoco necesitamos encogemos de las condiciones que enfrenta honestamente en nuestro país hoy en día. Esta gran nación perdurará como ha perdurado, revivirá y prosperará. Así, en primer lugar, permítanme afirmar mi firme creencia de que la única cosa que tenemos que temer es al miedo mismo - nombre, irracional, injustificado terror que paraliza los esfuerzos para convertir el retroceso en avance necesario. En las horas sombrías de nuestra vida nacional un liderazgo de franqueza y vigor se ha encontrado con que la comprensión y el apoyo de la gente misma, que es esencial para la victoria. Estoy convencido de que se le volverá a dar de que el apoyo al liderazgo en estos días críticos.
En tal espíritu de mi parte y en el suyo nos enfrentamos nuestras dificultades comunes. Se refieren, gracias a Dios, sólo las cosas materiales. Los valores han encogido a niveles fantásticos; los impuestos han aumentado; nuestra capacidad de pago ha caído; gobierno de todo tipo se enfrentan grave disminución de ingresos; los medios de cambio se congelan en las corrientes del comercio; las hojas marchitas de mentira empresa industrial por todos lados; los agricultores no encuentran mercados para sus productos; los ahorros de muchos años de miles de familias se han ido.

Más importante, una gran cantidad de ciudadanos desempleados se enfrentan al problema de la existencia sombría, y una igualmente gran número fatigas con poco retorno. Sólo un optimista tonto puede negar las realidades oscuras del momento.

Sin embargo, nuestro sufrimiento viene de ninguna falta de sustancia. Estamos afectados por ninguna plaga de langostas. En comparación con los peligros que nuestros antepasados ​​conquistaron porque creían que no tenían miedo, tenemos todavía mucho que agradecer. Naturaleza sigue ofreciendo su generosidad y esfuerzos humanos lo han multiplicado. Mucho está en nuestra puerta, pero un uso generoso de languidece en la misma vista de la oferta. Principalmente esto se debe a que los gobernantes de los intercambios de bienes de la humanidad no han logrado, a través de su propia terquedad y su propia incompetencia, han admitido su fracaso, y abdicó. Prácticas de los cambistas inescrupulosos stand acusados ​​en el tribunal de la opinión pública, rechazadas por los corazones y las mentes de los hombres.

Es cierto que han intentado, pero sus esfuerzos han sido emitidos en el patrón de una tradición caduco. Ante la insuficiencia de crédito se han propuesto sólo el préstamo de más dinero. Despojado del afán de lucro por lo que para inducir a nuestra gente a seguir su liderazgo falso, han recurrido a las exhortaciones, suplicando con lágrimas de confianza restaurada. Ellos sólo conocen las reglas de una generación de egoístas. No tienen visión, y cuando no hay visión el pueblo perece.

Los cambistas han huido de sus altos asientos en el templo de nuestra civilización. Ahora podemos restaurar ese templo a las antiguas verdades. La medida de la restauración se encuentra en la medida en que aplicamos los valores sociales más nobles que el mero beneficio monetario.

La felicidad no se encuentra en la mera posesión de dinero; que reside en la alegría del logro, en la emoción del esfuerzo creativo. La alegría y el estímulo moral del trabajo no deben ser olvidados en la loca persecución de ganancias evanescentes. En estos días oscuros valdrán todo lo que nos cuestan si nos enseñan que nuestro verdadero destino no es para ser servido sino para servir a nosotros mismos ya nuestros semejantes.

El reconocimiento de la falsedad de la riqueza material como el estándar de éxito va de la mano con el abandono de la falsa creencia de que los cargos públicos y de alta posición política se tendrán que valorar únicamente por las normas de un lugar de honor y el beneficio personal; y hay que poner fin a una conducta en la banca y en los negocios que con demasiada frecuencia ha dado un encargo sagrado la semejanza de fechoría insensible y egoísta. No es de extrañar que la confianza languidece, porque sólo prospera en la honestidad, el honor, en el carácter sagrado de las obligaciones, en materia de protección fieles, en el desempeño desinteresado; sin ellos no puede vivir.

Llamadas de restauración, sin embargo, no para los cambios en la ética solos. Esta nación pide acción, y acción ahora.

Nuestra mayor tarea principal es poner a la gente a trabajar. Esto no es un problema insoluble si nos enfrentamos con sabiduría y valentía. Se puede llevar a cabo, en parte, mediante la contratación directa por el propio Gobierno, el tratamiento de la tarea como trataríamos a la emergencia de una guerra, pero al mismo tiempo, a través de este trabajo, el cumplimiento de los proyectos en gran medida necesarios para estimular y reorganizar el uso de nuestros recursos naturales recursos.

De la mano de esto hay que reconocer francamente la sobrebalance de la población en nuestros centros industriales y, mediante la participación en una escala nacional en una redistribución, procurará proporcionar un mejor uso de la tierra para los más aptos para la tierra. La tarea puede ser ayudado por los esfuerzos concretos para aumentar los valores de los productos agrícolas y con ello el poder de compra de la producción de nuestras ciudades. Puede ser ayudado por la prevención de manera realista la tragedia de la pérdida cada vez mayor a través de la ejecución hipotecaria de nuestros pequeños hogares y nuestras granjas. Puede ser ayudado por la insistencia de que los, estatales, federales y los gobiernos locales actúen de inmediato en la exigencia de que su coste se reducirá drásticamente. Puede ser ayudado por la unificación de las actividades de socorro que hoy a menudo se encuentran dispersos, poco rentable, y desigual. Puede ser ayudado por la planificación nacional para y supervisión de todas las formas de transporte y de las comunicaciones y otros servicios públicos que tienen un carácter definitivamente público. Hay muchas formas en que se puede ayudar, pero nunca se les puede ayudar simplemente por hablar de ello. Tenemos que actuar y actuar con rapidez.

Por último, en nuestro progreso hacia una reanudación de los trabajos que requerimos dos salvaguardias contra el retorno de los males del viejo orden; debe haber una supervisión estricta de todas las actividades bancarias y los créditos e inversiones; tiene que haber un fin a la especulación con el dinero de otras personas, y debe establecerse una moneda adecuada, pero el sonido.

Hay las líneas de ataque. Voy a instar a la actualidad en un nuevo Congreso en medidas especiales de sesión detallado para su cumplimiento, y voy a buscar la ayuda inmediata de los diversos Estados.

A través de este programa de acción que nos dirigimos a poner nuestra propia casa en orden nacional y hacer balance de los ingresos egresos. Nuestras relaciones comerciales internacionales, aunque muy importante, están en el punto de tiempo y necesidad secundaria para el establecimiento de una economía nacional sólida. Estoy a favor de una política práctica la puesta del primero es lo primero. Voy a escatimar esfuerzos para restablecer el comercio mundial por reajuste económico internacional, pero la situación de emergencia en casa no puedo esperar a ese logro.

El pensamiento básico que guía a estos medios específicos de recuperación nacional no es estrechamente nacionalista. Es la insistencia, como primera consideración, a la interdependencia de los diversos elementos en todas partes de los Estados Unidos - un reconocimiento de la vieja y permanentemente importante manifestación del espíritu americano de los pioneros. Es el camino de la recuperación. Es la forma más inmediata. Es la mayor seguridad que la recuperación va a soportar.

En el ámbito de la política mundial dedicaría esta nación a la política del buen vecino - el vecino que resueltamente se respeta y, porque lo hace, respeta los derechos de los demás - el vecino que respeta sus obligaciones y respeta la santidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos.

Si leo el temple de nuestro pueblo correctamente, ahora nos damos cuenta que nunca hemos dado cuenta antes de nuestra interdependencia unos de otros; que no podemos simplemente tomar, pero tenemos que dar también; que si vamos a seguir adelante, debemos movernos como un ejército entrenado y leal dispuestos a sacrificarse por el bien de una disciplina común, porque sin tal disciplina no se avanza, hay liderazgo se haga efectiva. Somos, lo sé, listos y dispuestos a someter nuestras vidas y la propiedad de tal disciplina, ya que hace posible un liderazgo que apunta a un bien mayor. Esto me propongo ofrecer, comprometiéndose a que los efectos más grandes se unirán sobre todos nosotros como una obligación sagrada con una unidad de trabajo que hasta ahora evocado sólo en el tiempo de la lucha armada.

Con este compromiso tomado, asumo sin vacilar el liderazgo de este gran ejército de nuestro pueblo dedicado a un ataque disciplinado a nuestros problemas comunes.

La acción en esta imagen y para ello es factible bajo la forma de gobierno que hemos heredado de nuestros antepasados​​. Nuestra Constitución es tan sencillo y práctico que es posible siempre para satisfacer las necesidades extraordinarias por cambios de énfasis y disposición sin pérdida de forma esencial. Es por ello que nuestro sistema constitucional ha demostrado ser el mecanismo político más perdurable magníficamente el mundo moderno ha producido. Se ha reunido todos los estrés de la gran expansión de territorio, de guerras en el extranjero, de las luchas internas amarga, de las relaciones mundiales.

Es de esperar que el equilibrio normal de la autoridad ejecutiva y legislativa puede ser totalmente adecuada para cumplir con la tarea sin precedentes ante nosotros. Pero puede ser que una demanda sin precedentes y necesidad de acción retardada pueden llamar para la salida temporal de ese equilibrio normal de procedimiento público.

Estoy preparado bajo mi deber constitucional de recomendar las medidas que una nación afectada en medio de un mundo asolado pueda requerir. Estas medidas, o cualquier otra medida que el Congreso puede construir fuera de su experiencia y sabiduría, me, dentro de mi autoridad constitucional de buscar, para llevar a la rápida adopción.

Pero en el caso de que el Congreso deberá dejar de tomar uno de estos dos cursos, y en el caso de que la emergencia nacional sigue siendo crítica, yo no evadir el rumbo claro del deber que luego enfrentarme. Pediré al Congreso por el instrumento que queda para cumplir la crisis - un amplio poder ejecutivo para librar una guerra contra la emergencia, tan grande como el poder que se daría a mí si estábamos de hecho invadido por un enemigo extranjero.

Para la confianza depositada en mí voy a devolver el valor y la devoción que conviene a la vez. No puedo hacer menos.

Nos enfrentamos a los arduos días que nos esperan en el valor caliente de la unidad nacional; con la clara conciencia de buscar los valores morales antiguos y preciosos; con la satisfacción limpia que proviene de la actuación de popa del deber por viejos y jóvenes por igual. Nuestro objetivo es la garantía de una vida nacional redondeada y permanente.

No desconfiamos el futuro de la democracia esencial. El pueblo de los Estados Unidos no han fallado. En su necesidad han registrado un mandato que quieren acción directa, vigorosa. Han pedido disciplina y dirección bajo el liderazgo. Ellos me han hecho que el presente instrumento de sus deseos. En el espíritu del don lo tomo.

En esta dedicación de una nación humildemente pedimos la bendición de Dios. Que Él proteja a todos y cada uno de nosotros. Que Él me guía en los días venideros.



Original



Context
The former Governor of New York rode to the Capitol with President Hoover. Pressures of the economy faced the President-elect as he took his oath of office from Chief Justice Charles Evans Hughes on the East Portico of the Capitol. He addressed the nation by radio and announced his plans for a New Deal. Throughout that day the President met with his Cabinet designees at the White House.

I am certain that my fellow Americans expect that on my induction into the Presidency I will address them with a candor and a decision which the present situation of our Nation impels. This is preeminently the time to speak the truth, the whole truth, frankly and boldly. Nor need we shrink from honestly facing conditions in our country today. This great Nation will endure as it has endured, will revive and will prosper. So, first of all, let me assert my firm belief that the only thing we have to fear is fear itself--nameless, unreasoning, unjustified terror which paralyzes needed efforts to convert retreat into advance. In every dark hour of our national life a leadership of frankness and vigor has met with that understanding and support of the people themselves which is essential to victory. I am convinced that you will again give that support to leadership in these critical days.
In such a spirit on my part and on yours we face our common difficulties. They concern, thank God, only material things. Values have shrunken to fantastic levels; taxes have risen; our ability to pay has fallen; government of all kinds is faced by serious curtailment of income; the means of exchange are frozen in the currents of trade; the withered leaves of industrial enterprise lie on every side; farmers find no markets for their produce; the savings of many years in thousands of families are gone.

More important, a host of unemployed citizens face the grim problem of existence, and an equally great number toil with little return. Only a foolish optimist can deny the dark realities of the moment.

Yet our distress comes from no failure of substance. We are stricken by no plague of locusts. Compared with the perils which our forefathers conquered because they believed and were not afraid, we have still much to be thankful for. Nature still offers her bounty and human efforts have multiplied it. Plenty is at our doorstep, but a generous use of it languishes in the very sight of the supply. Primarily this is because the rulers of the exchange of mankind's goods have failed, through their own stubbornness and their own incompetence, have admitted their failure, and abdicated. Practices of the unscrupulous money changers stand indicted in the court of public opinion, rejected by the hearts and minds of men.

True they have tried, but their efforts have been cast in the pattern of an outworn tradition. Faced by failure of credit they have proposed only the lending of more money. Stripped of the lure of profit by which to induce our people to follow their false leadership, they have resorted to exhortations, pleading tearfully for restored confidence. They know only the rules of a generation of self-seekers. They have no vision, and when there is no vision the people perish.

The money changers have fled from their high seats in the temple of our civilization. We may now restore that temple to the ancient truths. The measure of the restoration lies in the extent to which we apply social values more noble than mere monetary profit.

Happiness lies not in the mere possession of money; it lies in the joy of achievement, in the thrill of creative effort. The joy and moral stimulation of work no longer must be forgotten in the mad chase of evanescent profits. These dark days will be worth all they cost us if they teach us that our true destiny is not to be ministered unto but to minister to ourselves and to our fellow men.

Recognition of the falsity of material wealth as the standard of success goes hand in hand with the abandonment of the false belief that public office and high political position are to be valued only by the standards of pride of place and personal profit; and there must be an end to a conduct in banking and in business which too often has given to a sacred trust the likeness of callous and selfish wrongdoing. Small wonder that confidence languishes, for it thrives only on honesty, on honor, on the sacredness of obligations, on faithful protection, on unselfish performance; without them it cannot live.

Restoration calls, however, not for changes in ethics alone. This Nation asks for action, and action now.

Our greatest primary task is to put people to work. This is no unsolvable problem if we face it wisely and courageously. It can be accomplished in part by direct recruiting by the Government itself, treating the task as we would treat the emergency of a war, but at the same time, through this employment, accomplishing greatly needed projects to stimulate and reorganize the use of our natural resources.

Hand in hand with this we must frankly recognize the overbalance of population in our industrial centers and, by engaging on a national scale in a redistribution, endeavor to provide a better use of the land for those best fitted for the land. The task can be helped by definite efforts to raise the values of agricultural products and with this the power to purchase the output of our cities. It can be helped by preventing realistically the tragedy of the growing loss through foreclosure of our small homes and our farms. It can be helped by insistence that the Federal, State, and local governments act forthwith on the demand that their cost be drastically reduced. It can be helped by the unifying of relief activities which today are often scattered, uneconomical, and unequal. It can be helped by national planning for and supervision of all forms of transportation and of communications and other utilities which have a definitely public character. There are many ways in which it can be helped, but it can never be helped merely by talking about it. We must act and act quickly.

Finally, in our progress toward a resumption of work we require two safeguards against a return of the evils of the old order; there must be a strict supervision of all banking and credits and investments; there must be an end to speculation with other people's money, and there must be provision for an adequate but sound currency.

There are the lines of attack. I shall presently urge upon a new Congress in special session detailed measures for their fulfillment, and I shall seek the immediate assistance of the several States.

Through this program of action we address ourselves to putting our own national house in order and making income balance outgo. Our international trade relations, though vastly important, are in point of time and necessity secondary to the establishment of a sound national economy. I favor as a practical policy the putting of first things first. I shall spare no effort to restore world trade by international economic readjustment, but the emergency at home cannot wait on that accomplishment.

The basic thought that guides these specific means of national recovery is not narrowly nationalistic. It is the insistence, as a first consideration, upon the interdependence of the various elements in all parts of the United States--a recognition of the old and permanently important manifestation of the American spirit of the pioneer. It is the way to recovery. It is the immediate way. It is the strongest assurance that the recovery will endure.

In the field of world policy I would dedicate this Nation to the policy of the good neighbor--the neighbor who resolutely respects himself and, because he does so, respects the rights of others--the neighbor who respects his obligations and respects the sanctity of his agreements in and with a world of neighbors.

If I read the temper of our people correctly, we now realize as we have never realized before our interdependence on each other; that we can not merely take but we must give as well; that if we are to go forward, we must move as a trained and loyal army willing to sacrifice for the good of a common discipline, because without such discipline no progress is made, no leadership becomes effective. We are, I know, ready and willing to submit our lives and property to such discipline, because it makes possible a leadership which aims at a larger good. This I propose to offer, pledging that the larger purposes will bind upon us all as a sacred obligation with a unity of duty hitherto evoked only in time of armed strife.

With this pledge taken, I assume unhesitatingly the leadership of this great army of our people dedicated to a disciplined attack upon our common problems.

Action in this image and to this end is feasible under the form of government which we have inherited from our ancestors. Our Constitution is so simple and practical that it is possible always to meet extraordinary needs by changes in emphasis and arrangement without loss of essential form. That is why our constitutional system has proved itself the most superbly enduring political mechanism the modern world has produced. It has met every stress of vast expansion of territory, of foreign wars, of bitter internal strife, of world relations.

It is to be hoped that the normal balance of executive and legislative authority may be wholly adequate to meet the unprecedented task before us. But it may be that an unprecedented demand and need for undelayed action may call for temporary departure from that normal balance of public procedure.

I am prepared under my constitutional duty to recommend the measures that a stricken nation in the midst of a stricken world may require. These measures, or such other measures as the Congress may build out of its experience and wisdom, I shall seek, within my constitutional authority, to bring to speedy adoption.

But in the event that the Congress shall fail to take one of these two courses, and in the event that the national emergency is still critical, I shall not evade the clear course of duty that will then confront me. I shall ask the Congress for the one remaining instrument to meet the crisis--broad Executive power to wage a war against the emergency, as great as the power that would be given to me if we were in fact invaded by a foreign foe.

For the trust reposed in me I will return the courage and the devotion that befit the time. I can do no less.

We face the arduous days that lie before us in the warm courage of the national unity; with the clear consciousness of seeking old and precious moral values; with the clean satisfaction that comes from the stern performance of duty by old and young alike. We aim at the assurance of a rounded and permanent national life.

We do not distrust the future of essential democracy. The people of the United States have not failed. In their need they have registered a mandate that they want direct, vigorous action. They have asked for discipline and direction under leadership. They have made me the present instrument of their wishes. In the spirit of the gift I take it.

In this dedication of a Nation we humbly ask the blessing of God. May He protect each and every one of us. May He guide me in the days to come.

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